Nosotros

No sé como empezar, a mí lo que se me da bien es todo lo relacionado con las masas y disfrutar de mi hooby preferido, el motociclismo; al menos el tiempo que este oficio de panadero me lo permite. Así que esto de contar algo de mí me cuesta un poco, pero lo vamos a intentar.

Voy a contarles el por qué me dedico a ser panadero y a elaborar unas magdalenas que todo el que las prueba me dice: ¡Paco, estas magdalenas saben a pueblo, pueblo! 
¡Pues claro! -les digo yo- y es que estas magdalenas lo son, porque yo las comía así, con este sabor tan tradicional.

...Desde que tengo uso de razón tengo en mi mente un cúmulo de olores inconfundibles, empecé a detectar un sentido especial por el olfato desde bien chico o es que me sobraba imaginación. Aún separo los olores por estaciones como cuando lo hacía de niño; no era lo mismo el olor de septiembre con la vuelta al cole, el olor a libros y libretas nuevos y goma de borrar, que el olor del verano con el ir y venir con mis padres al pueblo que los vio nacer. Planificar el mismo viaje cada año ya era toda una aventura, mi madre preparaba la maleta un par de semanas antes, luego recorríamos largas carreteras en un Seat que a pesar de su escaso espacio cabía hasta el canario y ese aire caliente que entraba por la ventanilla del conductor me hacía cerrar los ojos, y jugaba con mi hermana a adivinar por qué pueblo íbamos con sólo respirar. 
Al llegar al destino el olor era inconfundible, un cabrero llegando al pueblo con una piara de cabras y la casa de mis abuelos con el corral hospedado por algunas gallinas ya era una baticinio de lo que me esperaba durante al menos dos meses, eran olores que mezclados con la niñez y la tranquilidad me hacían sentir divinamente,  con el simple hecho de salir correteando por las calles sin peligro alguno de coches, o jugando a las canicas con los amigos del verano, o quedarnos hasta bien tarde comiendo pipas, o sonreirle a una muchacha y sentirte correspondido, madre mía, madre mía, todo, todo tenía olor.
Pero desde siempre hay un olor que destaca entre todos, el de los desayunos, cuando mi abuela preparaba "unas tostás" de pan blanco y lo condimentaba con aceite de oliva virgen extraído de molino; unos días tocaba eso y otros sacaba un plato con magdalenas riquísimas. El aroma aún lo llevo guardado en mi mente, era un aroma singular, mi abuela me decía que eran unas magdalenas especiales, que se debían comer varias veces por semana porque tenían mucho alimento y que estaban hechas con el mismo aceite que le ponía a "las tostás". Reconozco que mi abuela se las ingeniaba muy bien para alimentarnos y hacernos ver y reconocer que el buen sabor está en lo más sencillo. 
Me obsesioné tanto con la elaboración de esas magdalenas que acompañaba a mi madre a comprar el pan todos los días a La Tahona del pueblo y me quedaba con la boca abierta observando tras el mostrador frío de mármol blanco la pila de sacos de harina y un trocito de obrador donde los panaderos elaboraban ese pan tan grande que yo no tenía costumbre ver en la ciudad y con el que mi abuela hacía rebanadas apoyando el pan en su barriga y atravesándolo con un largo cuchillo.
Recuerdo cuando a escondidas de mi abuela metía la nariz en la alacena donde guardaba las magdalenas y disfrutaba de ese aroma tan característico a canela, y como no, al poco rato tenía en la mano alguna que otra en mi poder. Ya luego vendrían las broncas de mi abuela intentando averiguar quién había hecho bajar el volumen de la fuente repleta de magdalenas y ochios, la verdad es que siempre acababa padeciendo la culpa mi abuelo, y él me guiñaba un ojo e incluso me tenía preparado un ochío extra y me mandaba a la calle a jugar diciéndome: ¡Vete pa' fuera, que totá, la bronca ya está echá!
Con el tiempo me propuse dedicarme a elaborar esas masas que de chiquillo me cautivaron y me hice panadero.
Por todo lo vivido y aquí explicado he querido que esa esencia de mi niñez siga plasmándose en mis productos, y qué mejor que siguiendo con la receta auténtica de esas magdalenas caseras, hechas con aceite de oliva virgen extra y harina de la comarca, y como no, esa especia tan aromática que es la canela. O ese "Pan Cateto" que bien conservado dura días y días, eso por no mencionar cómo está tostadito...

Para que calidad y recuerdo sigan estando vivos y la gente al saborearlo pueda sentir que en lo sencillo y de buena calidad está la esencia de todo, sigo elaborando mis panes y mis magdalenas con ese sabor ¡a pueblo, pueblo!


Francisco Nieto